El castillo de Santa Catalina: cuatro siglos en Málaga
Sus coordenadas son 36°43′31″N 4°23′38″O
El castillo se levantó en la década de 1620,
en la zona de la Caleta -llamada también Caleta el Marqués-, en el partido de
Los Almendrales -actual calle Ramos Carrión, 38-, sobre el monte Miramar y en
perfecta conexión con el castillo de Gibralfaro, pues hay que tener en cuenta
que en ese tiempo no había árboles ni edificios que impidieran la visión.
Siendo el momento en el que se construyo, el
siglo XVII, una época de guerra, esto determinó la necesidad de llevar a cabo
una política de mejora de las fortificaciones, política que en la ciudad de
Málaga se vio plasmada con la construcción de los bastiones de Santa Cruz, San
Pedro y Santa Catalina, de los cuales, al día de hoy, tan solo quedan restos
del último.
Sobre la fecha de su construcción y quién lo
ordenó, hay dos versiones:
La primera dice las obras del de Santa Catalina
corrieron por cuenta del obispo de Málaga Francisco
de Mendoza, mientras que la segunda
versión habla que la construcción de los tres fue por decisión de Pedro
Pacheco, consejero de Guerra de Felipe IV, tras la visita que realizó a Málaga
en 1625.
Sea como fuere, es probable que se erigiera
sobre una fortaleza anterior, quizás de origen nazarí, pues parece ser que
durante las obras llevadas a cabo en la década de 1920 aparecieron restos de
cerámica medieval.
Situado a aproximadamente a kilómetro y
medio de la ciudad, su diseño es obra de Sebastián de Arriola, siendo
construido a base de piedra y cal por causa de su posición, presentando una
planta irregular adaptada al terreno, aprovechando incluso las rocas
existentes, con dos plataformas semicirculares mirando al norte y sobre las que
se alzan dos torres de unos cinco metros de altura y dos baluartes de los
llamados de punta de diamante. La
muralla tiene entre cuatro y cinco metros de altura.
Según se decía, en el interior de sus torres
había salas de secretos con mejores condiciones acústicas que la famosa de la
Alhambra. Sea como fuere, se trata de un edificio muy alterado, donde en los
torreones se han abierto ventanas, al igual que en la muralla y en el muro
norte se abrieron cuatro arcos.
Plano de 1747.
Archivo General de Simancas. Signatura: MPD, 25, 148. El castillo se halla a la
derecha del cauce del arroyo de la Caleta
No
he encontrado hasta el momento ningún plano ni descripción del castillo para
conocer sus dimensiones, dependencias, dotación, armamento o reformas sufridas
por este castillo a lo largo del tiempo desde su construcción y no será hasta
mediados del siglo XIX que no tengamos una bastante exacta de cómo era ese
momento. Supongo que lo que habrá variado en esos poco más de dos siglos habrá
sido la disposición interior y que la estructura permanecería igual.
Tenemos esta descripción gracias a la visita
de inspección que realizó el mariscal de campo y coronel de ingenieros José
Herrera García en 1857, la cual dejó plasmada en el informe que realizó tras
dicha visita, el cual reproduzco para una mejor visión de cómo era el castillo
en ese momento:
"Edificado á distancia de un tiro de fusil de la
orilla del mar, á la izquierda de la desembocadura del arroyo de la Caleta,
sobre un cerro de tierra algo escarpado por el Este y por el Sud y de fácil
acceso por Poniente; su forma enteramente irregular más parecido á un
hornabeque sencillo con dos alas y un frente abalaurtado, cerrado por la gola
con dos cubos y una cortina de 15 varas [12, 5 m.] de lado que los une: su objeto es proteger
la playa y la rambla de la Caleta, cruzando sus fuegos con los del castillo de
San Telmo. Puede montar dos cañones de grueso calibre. [Aquí debe
haberse confundido de nombre, pues no había en la zona ni en Málaga ningún
castillo de ese nombre, tan solo una torre vigía el este. Está claro que se
refiere al próximo castillo de San Carlos, en la playa y a poniente, a poco
menos de un kilómetro]
Se entra en él por una puerta abierta en el
centro de la cortina de la gola y á la derecha se encuentran los alojamientos
de la guarnición. En seguida una batería a barbeta de 20 varas de largo [16,72 m.] que abraza el ala derecha y parte del
frente que mira al mar; apenas puede contener dos piezas por su figura
irregular; lo restante del frente del mar es un parapeto para fusilería, cuya
altura y la de la banqueta son variables por seguir las desigualdades de la
peña que hay en la cima del monte sobre que está el Castillo. Este frente se
une con el de la gola por medio de una pared que al mismo tiempo que forma el
ala izquierda de hornabeque desenfila el interior de las alturas que lo dominan
por Levante. Este mismo servicio hace también la Cortina de la gola respecto a
las alturas de la espalda. [o sea, el norte]
Los alojamientos para la Tropa, consisten en
las dos bovedas á prueba de los Cubos, de las cuales, la de el de la derecha,
que es de cinco y media varas de diámetro [4,60 m.], sirve de repuesto, y la del de la izquierda, que tiene
la misma dimensión, para cuarto de los Artilleros.
Entre la entrada y el cubo de la derecha hay
una habitación de tres por cuatro varas[2,50 x 3,34 m.] para el Comandante de la guardia; y la tropa de la misma
se aloja en otro cuarto entre el mismo cubo y la batería, cuyas dimensiones son
de seis varas de largo y tres de ancho [5,oo x 2,5o m.]. La cocina y el
comun están adosados al ala izquierda del hornabeque; y por último, entre la
puerta de entrada y el cubo de la izquierda está situado el juego de armas.
Dista este castillo un cuarto de legua de la
Torre anterior [torre
vigía de San Telmo]. Su situación no es la mejor á causa de la mucha
distancia que está del mar y de la grande elevación en que se encuentra, produciendo
sus fuegos muy fijantes. Se encuentra en mediano estado.
Como suele ser habitual en este tipo de
edificios, no hay demasiados datos que informen de su vida a lo largo del
tiempo, pudiendo señalarse tan solo algunos.
La primera noticia que he conseguido
obtener, es que en 1678 sirvió como hospital durante la epidemia de peste que
se desató en Málaga a finales de mayo de ese año, traída a la ciudad por un
barco procedente de Orán, el cual no solo descargó la carga que traía sino que
varios marineros pernoctaron en una posada situada en la plazuela de Don Juan
de Málaga, expandiendo el virus y para alejar a los contagiados del contacto
con los demás ciudadanos, los médicos aconsejaron que fueran trasladados a
lugares fuera de la ciudad y elevados, siendo uno de ellos el castillo de Santa
Catalina.
En
la década de los treinta del siglo XIX aun seguía operativo, pero más como
prisión, supongo que militar, pues según nos informa un periódico, el
veintisiete de octubre de 1833, cuatro confinados de una brigada estacionada en
el castillo fueron llevados al hospital de Atarazanas, aquejados de un cólico. Lo malo es que al día siguiente
hubieron de ser llevados al hospital diecisiete confinados más aquejados de lo
mismo a los que añadir otros cuarenta más que había en la brigada, todos
aquejados de lo mismo.
El motivo no fue otro que habían guisado el
rancho en un caldero que no estaba bien estañado, achacándolo los médicos a la
acción del óxido de cobre. Fallecieron alguno de los confinados, a los que
añadir un paisano que también comió del mismo rancho. No ocurrió lo mismo con los
capataces y el destacamento de ocho individuos del regimiento primero de línea,
que se hallaban destacados allí custodiaban a los confinados y que comieron de
diferente rancho, por lo que no tuvieron ningún percance.
La
siguiente noticia que he obtenido es del trece de febrero de 1848, por la cual
se sabe que sirvió el fuerte como escenario en un simulacro de ataque militar,
al que asistieron los generales Serrano Domínguez, Ros de Olano y José Martínez
Tenaquero, quien desde agosto de 1846 fue gobernador militar y jefe político de
la provincia de Málaga, de grato recuerdo cuando se fue, pues limpió los
caminos y pueblos de varias gavillas de bandoleros y delincuentes y reprimiendo
las acciones de los revolucionarios progresistas, agradeciéndoselo la provincia
con el regalo de un magnífico bastón de mando y el estado con el fajín de
mariscal de campo. Cesó en el cargo en noviembre de 185o, que pasó a Cádiz con
iguales empleos.
Lámina del periódico El Guadalhorce. 1840
Lógicamente, con el avance de los tiempos y
de la tecnología militar, el castillo fue perdiendo poco a poco su sentido y el
estado acabó vendiéndolo junto con el terreno adyacente, desconozco a quien,
pero si se sabe que para el año 1900 pertenecía a un particular con orígenes
franceses. Antes de eso fue usado como lugar de vivienda de gente humilde, como
se puede ver en una de las fotos.
El francés debió poseerlo por poco tiempo,
pues lo compró Salvador Ruiz Blasco, quien quería restaurarlo y convertirlo en
su residencia, pero falleció antes de poder llevar a cabo el proyecto, pasando,
por herencia, en 1908 a sus hijas, quienes en 1915 se lo vendieron a Manuel
Loring Martínez de Heredia, marqués de Mieres, que alrededor de 1930 construyó
una residencia en el lugar, aprovechando para la construcción las ruinas,
integrándolas en el proyecto, creando un conjunto arquitectónico de estilo
neoárabe, encargando del proyecto a los arquitectos franceses Levard y Lahalle.
Quedó terminado en 1929.
Como anécdota ocurrida al inicio de la
Guerra civil, decir a las nueve de la noche del catorce de agosto de 1936, los
guardias de asalto observaron cómo desde el castillo de Santa Catalina se
realizaban extrañas señales. Al acercarse a efectuar un registro, encontraron
en una dependencia del castillo un aparato de señales, del cual se incautaron y
detuvieron a dos personas, que resultaron ser el jardinero y el guarda del
castillo, que fueron llevados a la Comisaría.
Tras el fin en 1937 de la guerra en Málaga,
lo cedió la marquesa de Mieres para que fuese sede temporal de la oficina del
Patronato Nacional de Turismo en Málaga, siendo sede de las pruebas de exámenes
para aspirar a una de las cinco plazas de cocineros de albergues de carretera y
paradores nacionales que se ofertaron el diez de diciembre de 1938.
Biblioteca
Cánovas del Castillo. Colección Legado Temboury. Signatura 2991. 1894-1914
El ocho de mayo de 1943 tuvo al general
Franco por huésped, quien volvió a residir en él el primero de mayo de 1956,
con motivo de una visita que realizaba a algunas provincias del sur. Salió al
día siguiente para Almería y a despedirle acudieron todas las autoridades y los
representantes de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire. Franco estrechó la mano
de todos los presentes y manifestó la satisfacción que le había producido su
estancia en Málaga. A su paso por la Caleta de El Palo, el público, que en gran
cantidad se había congregado, hizo objeto al Generalísimo de manifestaciones de
simpatía.
Aquí, el veintisiete de septiembre de 1952, vio
por última vez la luz el I conde de Guadalorce, Rafael Benjumea Burín,
ingeniero y político, quien a través de su matrimonio con Isabel Heredia
Loring-Bebel emparentó con la aristocracia malagueña.
Hoy es el emplazamiento de un hotel de lujo,
en el que se conserva parte de su estructura, como los torreones y la muralla,
aunque bastante transformados, habiendo añadidos sobre la obra original, como
por ejemplo el paso elevado sobre unos arcos de herradura no perteneciente al
primitivo castillo, así como los vanos abiertos con forma de arco de herradura
de ladrillo enmarcados en alfiz en las torres.
Esta declarado Bien de Interés Cultural (BOE
29-6-1985)
Aparte de su historia real, he encontrado
una historia ficticia escrita por Francisco de Paula Lasso de la Vega,
ambientada en el interior y alrededores del castillo y que por su rareza en
cuanto a historias sobre estos edificios en Málaga, quiero dar a conocer.
"Málaga, es un país ideal; es decir, ideal para los
poetas, para los artistas, para los que admiran la naturaleza tanto más, cuanto
más accidentada es; en cambio, Málaga tiene graves inconvenientes, para los
comerciantes, para los industriales, para los que prefieren las dilatadas
llanuras atiborradas de mieses y la uniformidad del horizonte, á los
precipicios, á las rocas, á los bosques y á los arroyuelos murmuradores.
Yo prefiero la primera á la segúnda; y es mi
mayor delicia, contemplarla desde cualquiera de los montes que la rodean. Vista
desde la altura, todo es hermoso, El cielo parece que sonríe, el agua tiene más
brillo. Las gaviotas oscilan lentas en el aire con tranquilo aleteo. Las olas besan
la costa con rumor de carcajada y mi espíritu, libre por unos momentos, de las
preocupaciones que constituyen la cotidiana lucha por la vida, se espansiona y
sueño.
Un dia al atardecer regresaba de mi paseo
por las alamedas del Limonar entre tenues celajes, brillaba en el cielo, con
reflejos de plata, el lucero de la tarde. La luz y la sombra se confundían,
repartiéndose por el espacio, y de entre la sombra y la luz, nacía el crepúsculo.
A mi izquierda, se veía el mar con su dilatada superficie, ora risueña, ora
tempestuosa; con sus abismos, que lo mismo pueden encerrar preciados tesoros,
que monstruos horrorosos; mar fascinador como una sirena; gigantesco como el
poder más formidable de la naturaleza; traidor y tenebroso como el alma negra y
taimada de un criminal; y cómo sirviéndole de marco, una sinuosa línea, frágil
unas veces, por estar formada de menuda y movediza arena, de dura roca, otras
freno que no por fuerte é inamovible, deja de ser constantemente roído y
tascado por el mar iracundo, bañándolo, como el corcel de espuma.
A la derecha, la ciudad; con sus casas
blancas, semejantes á una bandada de palomas descansando de las fatigas del
día, y en frente, un castillo, el de Santa Catalina.
Durante unos minutos contemplé los penachos
de helechos que se elevaban airosos, para caer después lánguidos por sus
esquinas; la yedra que adornaba las derrumbadas paredes; los bloques de piedra
que yacían esparcidos por el suelo; los arcos de las puertas inclinados por el
peso de los años; los pilares de la terraza derruidos por el tiempo y los
agentes atmosféricos; los restos de las ventanas colgando de sus quicios. Había
en este castillo un tinte tan misterioso, que decidí entrar en él, por si
encontraba entre los fragmentos de piedra y argamasa, alguna extraña leyenda.
Apenas había avanzado algunos pasos en su
interior, abrióse una puerta por la que apareció un anciano, que con una
energía impropia á sus años, preguntó:
— ¿Quién vá?
—j La paz! — le contesté.
— ¿Qué busca
usted?—preguntó de nuevo lanzándome una terrible mirada.
— La historia de este
castillo.
— Dicen que estas ruinas no
tienen historia, tal vez, porque es muy triste, pero si quiere usted
escucharla... .
—Es mi único deseo — interrumpí.
—Pues oidla.
Solariego y extraño señor —comenzó
diciendo el viejo— llamado don Diego de los Monteros, audaz y atrevido, vivía
en esta torre, acostumbrado á mandar y á ser siempre obedecido. Echado una
mañana de bruces sobre el alféizar de su ventana, contemplaba el embravecido
mar, cuando quiso el demonio que su vista se posase en una joven bella y
sencilla, hija de cierto señor, cuyo nombre no recuerdo.
Desde aquel instante, no pensó más que en la
posesión de la doncella, sin reparar en los medios, porque el tal Don Diego, no
era muy escrupuloso; el caso es, que, un día no se sabe si por fuerza ó por
astucia, robó y se hizo dueño de la anhelada mujer.
Herido en lo más honde de su ser quedó un
mozo de estas cercanías.
No vivía; vagaba como un loco por el valle,
y su pensamiento estaba tan lejos de la tierra, que tan indiferentes le eran
los escarnios de los muchachos como las palabras compasivas de las mujeres.
Así pasaron algunos meses; alegre don Diego
y desesperado el mozo, cuando, cierto día, llegó éste al castillo, subió hasta
la torre, burlando la vigilancia de los servidores. Con los pies descalzos
corría por las habitaciones, sin producir ruido, buscando al miserable D.
Diego.
Por fin le halló en el mismo aposento y en
la misma posición que cuando vio por primera vez á la robada doncella. El loco,
se aproximó silencioso, y con agilidad y fuerza sobrehumanas, se lanzó sobre
él, sujetó el cuerpo de D. Diego contra la piedra del alféizar de la ventana y
le hundió una y otra vez, un puñal en la garganta.
Los caminantes que pasaron por las inmediaciones
del castillo, se estremecieron al percibir un ronco gemido, estertor de la
muerte, y se horrorizaron cuando al fijarse en la ventana, vieron á D. Diego
colgando medio cuerpo hacia afuera, convulso y bañado el rostro por la sangre
que manaba de horribles heridas.
Calló el anciano, y después de un corto
silencio me despedí.
¿Será cierta la historia del viejo ó será
pura fantasía?
No lo sé. Pero esa torre, hoy despoblada, se
halla cubierta de flotantes pabellones de plantas trepadoras, y del alféizar de
una de las ventanas, bajan negros rieles estampados en la piedra.
¿De qué proceden esas señales? Tampoco lo
sé. Quizás sean rastros de las lluvias, pero ¿no podrían ser también producidos
por la sangre vertida por D. Diego de los Monteros?
Vista aérea
del castillo y del hotel al que está unido (Google Maps)
Catálogo de protección
arqueológica,
ps. 325 y 327. Ayuntamiento de Málaga, 2009.
Documentos sobre la defensa de la costa del Reino de
Granada: (1497-1857), p. 340.
Las epidemias de Málaga, ps. 44 y 45. Narciso DÍAZ DE
ESCOVAR. Málaga, 1903.
La Revista Española, 5-11-1833, p. 4.
Memoria
descriptiva militar sobre la topografía, defensa y observación marítima de la
costa del Reyno de Granada. José Herrera García. 1857
Málaga en nuestros dias, ps. 219 y 220. José María
PADRÓN RUIZ. Málaga, 1896.
Periódico
ABC, 15-8-1936, p. 12.
Sangre y fuego: Málaga, p. 150. Ángel GOLLONET
MEGÍAS, José MORALES LÓPEZ. Granada, 1937.
Memoria: de su labor desde la
gloriosa liberación de la ciudad, el dia 8 de febrero de 1937, hasta el 30 de
septiembre de 1939, p. 129. Ayuntamiento de Málaga, 1939.
Boletín
Oficial del Estado,18-12-1938, p. 3022
Periódico
La Vanguardia, 2-5-1956, p. 3.
https://castillodesantacatalina.es/
https://curiososincompletos.wordpress.com/2011/08/20/castillo-de-santa-catalina-malaga-desconocida/
Grupo
de Historia de Málaga en Facebook: https://www.facebook.com/groups/historiaMalaga
Curiosidades malagueñas:
colección de tradiciones, biografías, leyendas, narraciones, efemérides, etc.
que compendiaran, en forma de artículos separados, la historia de Málaga y su
provincia, p.
229. Narciso DÍAZ DE ESCOVAR. Málaga, 1898.
Efemérides de Málaga y su
provincia. p.
519. Narciso DÍAZ DE ESCOVAR y Joaquín DÍAZ SERRANO. Malaga 1915.
Periódico
La Libertad (Tortosa), 18-10-1902,
p.3
Periódico
La Unión Ilustrada, 23-3-1913, ps. 9
y 10
Foto aérea: Google Maps
Algunas de las fotos son tomadas de Ignacio
Krauel Barrionuevo, del grupo de Facebook Historia de Málaga.
Soldado Malagueño
Málaga - 2020