Quiere a veces la suerte divertirse malvadamente con nosotros y cuando
menos nos lo esperamos nos hace una jugarreta que nos deja inanes ante las
circunstancias, de modo que sin comerlo ni beberlo nos vemos inmersos en una
serie de adversidades que de ninguna manera pensábamos que nos iban a ocurrir.
Y esto es precisamente lo que le ocurrió a Salvador de Ferradas, que de
alférez pasó en pocos días a capitán para poco después verse preso y conducido
como un criminal a la cárcel en espera de un juicio, pasando por penalidades
durante más de un año y el miedo a ver perdida no solo su carrera sino que
también el honor.
Los hechos que voy a narrar sucedieron en plena Guerra de la
Independencia y nuestro personaje, cuando se inicia este relato, es un alférez de
caballería que presta su servicio en el regimiento de Dragones de Lusitania. No
sabemos ni de donde es ni la edad que tiene ni su clase social, pues la
documentación usada no nos lo dice, como tampoco nos informa sobre cuando ingresó
en el servicio de las armas ni en cual unidad ni en cual empleo, aunque por lo que dice en una carta, llevaba dieciséis años sirviendo, luego esto nos indica que empezó a servir en 1795 y atreviéndonos a hacer cálculos, es posible que naciera alrededor de 1775 Pero bueno, eso es solo una conjetura.
Tan solo informa que es alférez de caballería.
A primeros de enero de 1810, recibe nuestro alférez licencia del general
jefe del Ejército del Centro para poder pasar a su casa en Antequera a curarse
y reponerse de alguna herida o enfermedad -no lo especifica el documento- llegando
a esta el dieciséis de enero.
Estando disfrutando de la recuperación, le llegaron las noticias de los
sucesos ocurridos en Málaga el día veinticuatro protagonizados por el teniente
coronel retirado Vicente Abello Montúa, quien tras las noticias de la cercanía
de las tropas francesas y la decisión de la Junta de Málaga de negociar una
rendición sin violencia, soliviantó al pueblo, consiguiendo que éste le
nombrara capitán general de Málaga, tras lo cual implantó, llamémosle así, una
especie de ley marcial, realizando duras exacciones económicas con las que pasó
a levantar algunas unidades para formar un pequeño ejército con el que hacer
frente a los franceses.
A su levantamiento se le unieron gente como el mayor de la plaza Juan
José del Castillo, el canónigo Salvador Jiménez Enciso y numerosos curas,
notarios -como los hermanos San Millán-, comerciantes, el pueblo, la escasa
guarnición de la ciudad …, todos con un entusiasmo patriótico y militar que no
se vería reflejado en la disciplina que requiere ese oficio, pues se formaron
las unidades mencionadas con individuos con escasa o nula preparación militar,
además de mal armadas y equipadas.
Además
de eso, mandó apresar a la Junta que gobernaba a la ciudad, el cabildo en pleno
y el general Gregorio de la Cuesta, así como al jefe de las tropas urbanas.
Además, apartó de su cargo al coronel del regimiento de infantería de Málaga
Francisco de Corts Cabezas y depuso al teniente de rey y gobernador militar de
Málaga, el brigadier Rafael Trujillo.
Como mando supremo, otorgó empleos militares, tanto políticos como
militares, suboficiales, oficiales, jefes y generales. Todo esto terminó como
tenía que terminar: mal.
Casi a la par de estos, se publicó en la ciudad antequerana un bando por
el cual se ordenaba que todo oficial debía presentarse en la ciudad de Málaga
para la defensa de la ciudad ante el inminente ataque francés y aunque no estaba repuesto del todo, no
quiso dejar de obedecer la orden y el día primero de febrero salió rumbo a Málaga
y no llevaba aun caminados los veinte kilómetros cuando al llegar a la altura
del fuerte de la Boca del Asno se encontró con que los soldados que guarnecían
dicha fortaleza la habían abandonado o estaban abandonando, de modo que
haciendo un alto en el camino y acompañado por dos soldados pasó a reconocer
las inmediaciones, logrando recoger a nueve y reintegrarlos a sus puestos en la
fortaleza, a servir las piezas de artillería para frenar al enemigo que de
seguro iba a pasar por allí.
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Fuerte o castillo de la Boca del Asno |
Al llegar al castillo y viendo que carecía de oficial al mando, se puso
él al frente y dispuso la ordenación de las cargas de los cañones, que eran del
calibre 24, a la vez que aumentaba la carga de metralla en dos sacos aparte de
la bala, haciendo esto justo a tiempo, pues ya asomaba por el camino la
vanguardia enemiga y tras dejarle aproximarse lo suficiente, cuando consideró
que era el momento ordenó hacer fuego contra ellos, hallándose él mismo al pie
de uno de esos cañones disparando, de tal manera que la sorpresa unida a la
metralla hizo que los enemigos iniciara una precipitada fuga, dispersándose,
dejando el suelo cubierto de cadáveres y el campo en posesión española. Además,
esto hizo que el ejército francés tuviera que detener la marcha y se viera
obligado a recomponer sus planes de avance.
La acción le dejó como regalo el que le reventara un oído y le
sangrase.
Una vez superado este obstáculo, entregó el mando al recién llegado
conde de la Quintería en la madrugada del día dos, pudiendo continuar Salvador
su camino a Málaga a ponerse a las órdenes de la autoridad militar para
aprestarse a la defensa de la ciudad ante el más que seguro ataque francés,
llevando consigo una pieza de artillería volante con la intención de entregarla
en el cuartel general, pero por el camino se la entregó al teniente coronel
Manuel Quijada de Guzmán, quien estimó más oportuno situarla en algún punto
estratégico del camino.
Al llegar a Málaga se presentó ante el general en jefe de la plaza, que
en ese momento era, como hemos dicho antes, el teniente coronel Vicente Abelló,
quien tras escuchar su informe lo elogió y le recompensó en nombre del rey, y
«…como previenen las Reales Ordenanzas…» al empleo de teniente del recién
formado regimiento de caballería de La Unión, probablemente uno de las unidades
que se formaron en Málaga bajo el mando de Abello.
Y ese fue el detonante de las desgracias que luego sufrió y que veremos.
Tras esto, los siguientes días estuvo acosando a los franceses por la
zona de la Venta de Gálvez, en el camino de Málaga a Antequera, haciéndoles
bastante daño, como el que realizó el siguiente día tres de febrero en el
puente del Horcajo, donde acompañado por una guerrilla de caballería atacó a un
nutrido grupo de enemigos que les
superaban en número, matando a su comandante y a nueve franceses más, poniendo
en fuga al resto y haciendo diecisiete prisioneros, tras lo cual continuó su
camino a Málaga.
El día
cinco de febrero fue el gran día: los franceses llegan a Málaga, encontrándose en
la zona de Teatinos a las fuerzas que Abello había formado para detenerlos,
entre ellas el regimiento de caballería de La Unión de nuestro Salvador,
quienes creyendo que se cubrirían de gloria, se prestaron para resistir el
embate de los franceses.
Pero, ¡ay!, la realidad se impuso y las disciplinadas, bien armadas y aguerridas
tropas napoleónicas hicieron añicos el sueño y en su avance arrollador
desbarataron las líneas malagueñas haciéndolos huir, volviendo estas a
reagruparse a la entrada de Málaga, en la zona de la ermita de Zamarrilla,
donde de nuevo los franceses demostraron su superioridad arrasando cuanto
encontraban, haciendo que, de nuevo, los malagueños tuvieran que volver a huir
en dirección a la ciudad.
Durante el primer encuentro en Teatinos, el coronel Cristóbal María
Rubiou, que mandaba un escuadrón de caballería de ciento cincuenta hombres
formado en junio de 1808, se vio atacado por tres puntos por fuerzas enemigas
que los superaban por mucho, batiéndose con bravura, pero la superioridad se
impuso y los franceses deshicieron el escuadrón y fueron a por el coronel, el
cual a punto de ser apresado, se vio de pronto protegido por el sable de
Salvador de ferradas, quien con un valor y un arrojo que causó verdadera
admiración en el coronel, lo salvó sacándolo de allí y llevándolo a lugar
seguro, no sin recibir heridas en los brazos.
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Combate de Teatinos |
Según un testigo de los sucesos,
un médico llamado Mendoza, en breves palabras sintetizó lo ocurrido, la
impotencia sentida ante la precaria defensa de la ciudad y el espanto por los
actos cometidos por los franceses:
«Esto
no hace honor a un general conde del Imperio que saqueó también con su plana
mayor y que trataba a este pueblo como tomado por asalto, beneficio debido a la
malicia de los Sanmillanes y a la ignorancia de Abello, que pudo muy bien
defenderlo y salvar las inmensas riquezas que en é había, mayormente en
Tesorería y Parque de Artillería, y haber hecho una capitulación cuando las
circunstancias no le hubieran ya permitido defenderse más sin comprometer al
pueblo: pero ni hubo talento para calcular, ni valor para batirse, ni
conocimiento para situar la tropa, ni hacer la defensa, ni nada absolutamente
más que un espíritu de orgullo para lucir y hacer papel y de pillaje para robar
indecentemente.»
Otro individuo, el escribano
Joaquín Schumaquer, también dejó escrito en breves palabras la tragedia que se
desencadenó en Málaga la tarde y noche del cinco de febrero:
«El saqueo, muertes y demás violencia que
cometieron en este vecindario en la tarde y noche de su entrada, no podrá
borrarse con facilidad de la memoria de los habitantes de esta ciudad.
El que esto escribe asegura, por lo más
sagrado de nuestra religión, que solo le dejaron la camisa que tenía puesta y
que se llevaron los vándalos cuanto tenía y había adquirido en toda su vida»
Bueno, pues siguiendo con Salvador de Ferradas, por su comportamiento durante los combates, fue
ascendido en el mismo campo de combate al empleo de capitán «…en Nombre del Rey
Dn. Ferndo. 7º…»
Bueno, parece que nuestro hombre, Salvador, viendo la situación perdida,
con la ciudad en manos de los franceses y antes de caer prisionero de estos, por
orden de Abello salió de la ciudad dirigiéndose a la zona de Colmenar, donde
estuvo recogiendo a todos los soldados y sargentos dispersos que halló, dándoles
su propio dinero para que pasaran a San Roque a ponerse al servicio del general
en jefe del ejército, acompañándolos él mismo.
Pero su sorpresa fue mayúscula cuando al llegar a San Roque fue arrestado
con la acusación de haber formado parte de la rebelión del coronel Abello,
despojado de sus armas, de su caballo y de todo cuanto llevaba y conducido a la
ciudad de Cádiz, donde por cierto también se había dirigido el coronel Abello y
donde fue arrestado.
Por el camino, que se hizo por mar
a bordo del navío Montañés, sufrió un naufragio del cual se salvó
de milagro, continuando su camino hasta llegar a Cádiz, donde se le encerró en «…la
ignominiosa casa de las quatro Torres de la Carraca…», siendo encerrado en
un calabozo sin comunicación, escaso de luz y sin ninguna clase de asistencia,
suministrándosele tan solo «…diez quartos y un pan de munición…» como
único sustento y ello gracias a la generosidad del comandante del arsenal, que
sino el pobre se nos muere por inanición.
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Batería de Santa Lucía o Casa de las Cuatro Torres, donde estuvo Salvador preso. |
Estuvo en estas condiciones por espacio de un año, sin percibir auxilio
económico de ninguna clase y en tan penosas condiciones, lo cual tuvo como consecuencia
que enfermara y hubiera de ser trasladado al hospital de San Carlos, donde
permaneció por espacio de cinco meses, en el transcurso de los cuales solicitó
de oficiales y jefes que le vieron servir cartas de recomendación en las que se
ponderase su honor y su completa dedicación a la causa nacional, a la patria, a
la religión y al rey.
Las cartas fueron dirigidas a los siguientes individuos:
- Cristóbal María Rubión,
brigadier,
- Francisco Chaperón, coronel
reformado del regimiento segundo de Dragones de Lusitania,
- Agustín Escobar, comandante del
regimiento primero de La Lealtad
- Joaquín Valdina, Lorenzo García
y Francisco Díaz Estrerque, capitanes del regimiento de Defensores de la Patria
- Cesáreo García, capitán del
regimiento de Descubridores, interinamente agregado al regimiento segundo de
Guadix de infantería de línea
- José Díaz de Paule, teniente
del regimiento de La Lealtad
- Francisco España y Álvarez,
capitán de la compañía de la Cruzada y
- Manuel Quijada de Guzmán,
teniente coronel retirado agregado a la compañía de inválidos de la plaza de
Tarifa.
Todas estas recomendaciones acabaron el manos de Manuel Díaz Imbrechts,
teniente del regimiento de infantería de Irlanda y secretario de la causa de
Vicente Abello, quien las transfirió al fiscal de la causa del coronel Vicente
Abello, Miguel Pérez Mozún, en la cual estaba incluido Salvador de Ferradas, determinando
tras el estudio de todas las pruebas que Salvador era inocente de las
acusaciones y que, por tanto, debía ser puesto en libertad, como así se llevó a
efecto.
Total, que tras diecisiete meses sufriendo una prisión injusta, vil e
ignominiosa, en el transcurso de la mayor parte de los cuales estuvo ignorante
de en qué podía haber delinquido para ser preso y encarcelado, una vez en
libertad, se encontró con que
- había sido despojado de los
empleos obtenidos de teniente y capitán y postergado en los ascensos que por
antigüedad le hubieran correspondido durante esos meses antes de que fuese
extinguido su regimiento,
- que de su caballo, armas y
posesiones que le quitaron cuando fue hecho preso nada se sabía,
- que se encontraba sin un
reconocimiento público de su inocencia para poder presentarse entre los de su
clase, que le habían negado el saludo y su presencia entre ellos, y
- que se encontraba sin un
destino y, por tanto, sin un sueldo para poder vivir.
Indagando, averiguó que el fiscal dio parte de su situación a la Superioridad,
negándose a socorrerlo, pero al ver el error, sin ningún pudor lo excluye
dejándolo libre sin ningún cargo y sin ninguna explicación, diciendo, además,
que Salvador serviría como ejemplo del castigo que reciben los incursos en esas
causas, pidiendo, encima, que se sepa siempre su paradero para poder ser
vigilada «…excrupulosamente su conducta…»
En carta elevada a la regencia, se quejaba de que la situación en la que
quedada era condenarlo ad eternum a no ascender en el escalafón militar,
algo realmente doloroso después de dieciséis años de carrera militar cumplida
con honor y obediencia, circunstancia que quedaba patente por los certificados
que aportaba junto con la carta, lamentándose que se le impuso tan severa pena
sin hacerle ningún cargo, sin realizar declaración, sin haber nombrado un
defensor y sin ver los autos y se preguntaba si era posible que a tan alto
grado llegara el desorden y la arbitrariedad en la justicia militar en España.
Así pues, solicitaba a la Regencia que revisara su caso a partir de
todas las pruebas que Salvador aportaba y que se impartiera justicia,
restituyéndosele su honor y empleos, gozando los que debería haber gozado de
haber continuado en el servicio y se le declarase buen servidor del rey y de la
patria y que se hiciesen públicos las acciones por él realizadas contra el
enemigo en el campo de batalla.
Y por supuesto, que le devolvieran su caballo, armas y efectos que le
fueron confiscados en San Roque por orden del general Pedro Agustín de
Echevarri.
Y por supuesto también, que se viera si el fiscal merecía algún castigo
por sus actos.
Lamentablemente no he encontrado en qué quedó la cosa, si fue restituido
o no a la carrera militar en las condiciones que reclamaba o si la tuvo que
abandonar, pues por más que he buscado no he hallado información que me lo
revele.
Pero tiempo al tiempo, que ya...
NOTAS:
1- Plano del castillo (batería) de la Boca del Asno: Archivo General Militar de Madrid, Colección: SH — Signatura: MA-6/14
2- Combate en la ermita de Zamarrilla:
https://www.facebook.com/649349808508791/photos/4551578764952523/?_rdr
3- Batería de Santa Lucía o Casa de las Cuatro Torres: Atlas de fortificaciones de la Isla de León. 1814. Archivo General Militar de Madrid. Ubicación: PL — Signatura: AT-9 — Código de barras: 2133513
Soldado Malagueño
Málaga - 2025