SOLDADO MALAGUEÑO

También narramos las vidas militares de soldados de España y de todo el cosmos hispano en ambos hemisferios, por el Atlántico, por el Lago Español, por el Mediterráneo, por el Índico y allá por donde haya pasado un soldado HISPANO ondeando nuestras banderas.


domingo, 2 de febrero de 2025

BRIGADIER ENRIQUE VAN ASBROECK HINT (o KINT)

 

   Nació en la ciudad de Málaga el dieciséis de octubre de 1722 (aunque aquí debe haber un error en la fuente documental usada), hijo de Jean Baptiste Van Asbroeck, oficial del regimiento de Flandes llegado a España en 1710, y de Maríe Therese Hint Saint Domage.

   Ambos eran naturales de la ciudad de Amberes y contrajeron matrimonio en Gerona en 1715, teniendo ocho hijos, de los cuales, cuatro ingresaron en las Reales Guardias Walonas, entre ellos Enrique, quien probablemente nació en Málaga de forma accidental.

   Según la documentación usada, tuvo Enrique su ingreso en el servicio el primero de septiembre de 1732 en clase de cadete en el regimiento de Flandes, para decir a continuación que se halló en la expedición a Orán acompañando a su padre y, además, distinguiéndose en la salida del cuatro de octubre, precisamente en una temporada -desde fines de septiembre hasta mediado de octubre- en la que los moros atacaron constantemente por todas partes a los españoles con fuego intenso y una constancia tremenda y, la verdad, no sé yo si un niño de diez años realmente participaría de forma distinguida en uno de esos encuentros.

   Esto lleva a pensar que no debió nacer en 1722, sino antes. Eso o que ingresara en el servicio antes de septiembre de 1732, pues la expedición a Orán fue en junio de ese año. Aunque por mucho que así sea, no veo yo a un niño de diez años en esos trabajos.

   Si seguimos el documento usado, tenemos que en el año de 1734 pasa con el infante Don Carlos a Italia, al ejército destinado en la Toscana, hallándose en las batallas de Bitonto y en los sitios de Monte Filipo, Orbitelo y Porto Longone, obteniendo en este tiempo los ascensos a subteniente el ocho de septiembre de 1735 y a teniente el diecinueve de agosto de 1739.

   Tras estos sucesos, pasó a España vía marítima, pero durante la travesía fueron atacados por un barco corsario tunecino, que los capturó y los llevó presos a Túnez, donde permaneció por espacio de cinco años  y ocho meses, siendo por fin rescatado en 1740.

   Volvió a acudir a la guerra en Italia, hallándose en los siguientes sitios:

- el ocho de febrero de 1743 en la batalla de Campo Santo, siendo herido durante el combate, y posterior retirada desde Bolonia a Santa Foline

- en el sitio de Tortona del cuatro de septiembre de 1745 y en la sorpresa de las montañas de Fayola y de Veletri,

- bloqueo de los castillos de Milán desde el dos de enero hasta el quince de marzo de 1745,

- sitio de Valencia del Poo del treinta de octubre de 1745,

- en el ataque de Sarravale y sorpresa de Codogno del seis de mayo de 1746, en el que de nuevo fue herido,

- batalla de Piacencia del dieciséis de junio de 1746,

batalla de Tidone del diez de agosto del mismo año.

   En el interín, fue nombrado alférez de las Reales Guardias Walonas el diecisiete de marzo de 1744 y a segundo teniente el trece de agosto de 1746.

   El veintiuno de enero de 1756 es promovido al empleo de primer teniente  de fusileros de la Guardoias Walonas, con el cual acudió a la campaña de Portugal al año siguiente, hallándose en el sitio y toma de la plaza de Almeida, ocurrido entre el quince y el veinticinco de agosto de es año.

   El veintiséis de octubre de 1764 asciende a primer teniente de Granaderos y ocho de septiembre pero de 1769 a capitán de fusileros y con este empleo en 1777 presentó al secretario de Guerra un informe incendiario contra el conde de Priego, en el que levantaba serias sospechas de malversación de fondos.

   La investigación, iniciada por el ministro, causó tanto revuelo que el conde se vio obligado primero a dimitir y el siete de septiembre de 1778 solicitó su licencia absoluta con permiso para salir de los reinos de España. Este hecho le supuso tener que aguantar una fuerte animosidad entre los oficiales del regimiento.

   Se halló durante todo el sitio puesto a Gibraltar entre 1779 y 1783, en el transcurso del cual obtuvo el mando efectivo de la compañía de granaderos el veintitrés de mayo de 1782 y el primero de enero del año siguiente su ascenso a brigadier.

   Tuvo su ascenso a mariscal el diecinueve de septiembre de 1789, pasando al retiro el veintiuno de julio de 1791, siendo agregado al estado mayor de Madrid.

   Contrajo matrimonio el ocho de diciembre  1757 con Águeda Agraz Cárdenas, natural de Archidona e hija de Francisco Agraz y Madranga militar italiano, natural de Palermo y de Ana de Cárdenas Flores, natural de Santa Fe de Bogotá.

   De sus hermanos, dos de ellos al menos fueron militares:

- Juan Bautista, que alcanzó el empleo de coronel el diez de diciembre de 1759,

- Juan Enrique, que ascendió a capitán de fusileros de las Reales Guardias Walonas el el treinta de octubre de 1794.

   Falleció en Madrid el quince de abril de1793, con setenta años y seis meses de edad.

Fuentes documentales

Diccionario biográfico del generalato español. Reinados de Carlos IV y de Fernando VII (1788-1833), p. 905. Alberto Martín Lanuza Martínez. Villatuerta (Navarra) 2012.

Diccionario biográfico de los coroneles del ejército español. Reinados de Carlos IV y Fernando VII (1788-1833), T. III, p. 472. Alberto Martín-Lanuza Martínez. Navarra, 2022.

https://books.openedition.org/cvz/4092 (ver también Nota 106 del artículo)

Mercurio histórico y político. Junio de 1782, p. 167

Archivo Histórico Nacional, OM-CASAMIENTO_CALATRAVA,Exp.73

Les sociétés de frontière. De la Méditerranée a l´Atlantique  (xvie-xviiie siècle) Pages 243-257: L'identité corporative d’un régiment étranger dans l’armée espagnole (xviiie siècle) Thomas Glesener.

Soldado Malagueño 

Málaga - 2025

SALVADOR DE FERRADAS. EN EL MOMENTO Y LUGAR EQUIVOCADOS.

   Quiere a veces la suerte divertirse malvadamente con nosotros y cuando menos nos lo esperamos nos hace una jugarreta que nos deja inanes ante las circunstancias, de modo que sin comerlo ni beberlo nos vemos inmersos en una serie de adversidades que de ninguna manera pensábamos que nos iban a ocurrir.

   Y esto es precisamente lo que le ocurrió a Salvador de Ferradas, que de alférez pasó en pocos días a capitán para poco después verse preso y conducido como un criminal a la cárcel en espera de un juicio, pasando por penalidades durante más de un año y el miedo a ver perdida no solo su carrera sino que también el honor.

   Los hechos que voy a narrar sucedieron en plena Guerra de la Independencia y nuestro personaje,  cuando se inicia este relato, es un alférez de caballería que presta su servicio en el regimiento de Dragones de Lusitania. No sabemos ni de donde es ni la edad que tiene ni su clase social, pues la documentación usada no nos lo dice, como tampoco nos informa sobre cuando ingresó en el servicio de las armas ni en cual unidad ni en cual empleo, aunque por lo que dice en una carta, llevaba dieciséis años sirviendo, luego esto nos indica que empezó a servir en 1795 y atreviéndonos a hacer cálculos, es posible que naciera alrededor de 1775 Pero bueno, eso es solo una conjetura.

   Tan solo informa que es alférez de caballería.

   A primeros de enero de 1810, recibe nuestro alférez licencia del general jefe del Ejército del Centro para poder pasar a su casa en Antequera a curarse y reponerse de alguna herida o enfermedad -no lo especifica el documento- llegando a esta el dieciséis de enero.

   Estando disfrutando de la recuperación, le llegaron las noticias de los sucesos ocurridos en Málaga el día veinticuatro protagonizados por el teniente coronel retirado Vicente Abello Montúa, quien tras las noticias de la cercanía de las tropas francesas y la decisión de la Junta de Málaga de negociar una rendición sin violencia, soliviantó al pueblo, consiguiendo que éste le nombrara capitán general de Málaga, tras lo cual implantó, llamémosle así, una especie de ley marcial, realizando duras exacciones económicas con las que pasó a levantar algunas unidades para formar un pequeño ejército con el que hacer frente a los franceses.

   A su levantamiento se le unieron gente como el mayor de la plaza Juan José del Castillo, el canónigo Salvador Jiménez Enciso y numerosos curas, notarios -como los hermanos San Millán-, comerciantes, el pueblo, la escasa guarnición de la ciudad …, todos con un entusiasmo patriótico y militar que no se vería reflejado en la disciplina que requiere ese oficio, pues se formaron las unidades mencionadas con individuos con escasa o nula preparación militar, además de mal armadas y equipadas.

  Además de eso, mandó apresar a la Junta que gobernaba a la ciudad, el cabildo en pleno y el general Gregorio de la Cuesta, así como al jefe de las tropas urbanas. Además, apartó de su cargo al coronel del regimiento de infantería de Málaga Francisco de Corts Cabezas y depuso al teniente de rey y gobernador militar de Málaga, el brigadier Rafael Trujillo.

   Como mando supremo, otorgó empleos militares, tanto políticos como militares, suboficiales, oficiales, jefes y generales. Todo esto terminó como tenía que terminar: mal.

   Casi a la par de estos, se publicó en la ciudad antequerana un bando por el cual se ordenaba que todo oficial debía presentarse en la ciudad de Málaga para la defensa de la ciudad ante el inminente ataque francés  y aunque no estaba repuesto del todo, no quiso dejar de obedecer la orden y el día primero de febrero salió rumbo a Málaga y no llevaba aun caminados los veinte kilómetros cuando al llegar a la altura del fuerte de la Boca del Asno se encontró con que los soldados que guarnecían dicha fortaleza la habían abandonado o estaban abandonando, de modo que haciendo un alto en el camino y acompañado por dos soldados pasó a reconocer las inmediaciones, logrando recoger a nueve y reintegrarlos a sus puestos en la fortaleza, a servir las piezas de artillería para frenar al enemigo que de seguro iba a pasar por allí.

Fuerte o castillo de la Boca del Asno

   Al llegar al castillo y viendo que carecía de oficial al mando, se puso él al frente y dispuso la ordenación de las cargas de los cañones, que eran del calibre 24, a la vez que aumentaba la carga de metralla en dos sacos aparte de la bala, haciendo esto justo a tiempo, pues ya asomaba por el camino la vanguardia enemiga y tras dejarle aproximarse lo suficiente, cuando consideró que era el momento ordenó hacer fuego contra ellos, hallándose él mismo al pie de uno de esos cañones disparando, de tal manera que la sorpresa unida a la metralla hizo que los enemigos iniciara una precipitada fuga, dispersándose, dejando el suelo cubierto de cadáveres y el campo en posesión española. Además, esto hizo que el ejército francés tuviera que detener la marcha y se viera obligado a recomponer sus planes de avance.

   La acción le dejó como regalo el que le reventara un oído y le sangrase.

   Una vez superado este obstáculo, entregó el mando al recién llegado conde de la Quintería en la madrugada del día dos, pudiendo continuar Salvador su camino a Málaga a ponerse a las órdenes de la autoridad militar para aprestarse a la defensa de la ciudad ante el más que seguro ataque francés, llevando consigo una pieza de artillería volante con la intención de entregarla en el cuartel general, pero por el camino se la entregó al teniente coronel Manuel Quijada de Guzmán, quien estimó más oportuno situarla en algún punto estratégico del camino.

   Al llegar a Málaga se presentó ante el general en jefe de la plaza, que en ese momento era, como hemos dicho antes, el teniente coronel Vicente Abelló, quien tras escuchar su informe lo elogió y le recompensó en nombre del rey, y «…como previenen las Reales Ordenanzas…» al empleo de teniente del recién formado regimiento de caballería de La Unión, probablemente uno de las unidades que se formaron en Málaga bajo el mando de Abello.

   Y ese fue el detonante de las desgracias que luego sufrió y que veremos.

   Tras esto, los siguientes días estuvo acosando a los franceses por la zona de la Venta de Gálvez, en el camino de Málaga a Antequera, haciéndoles bastante daño, como el que realizó el siguiente día tres de febrero en el puente del Horcajo, donde acompañado por una guerrilla de caballería atacó a un  nutrido grupo de enemigos que les superaban en número, matando a su comandante y a nueve franceses más, poniendo en fuga al resto y haciendo diecisiete prisioneros, tras lo cual continuó su camino a Málaga.

   El día cinco de febrero fue el gran día: los franceses llegan a Málaga, encontrándose en la zona de Teatinos a las fuerzas que Abello había formado para detenerlos, entre ellas el regimiento de caballería de La Unión de nuestro Salvador, quienes creyendo que se cubrirían de gloria, se prestaron para resistir el embate de los franceses.

   Pero, ¡ay!, la realidad se impuso y las disciplinadas, bien armadas y aguerridas tropas napoleónicas hicieron añicos el sueño y en su avance arrollador desbarataron las líneas malagueñas haciéndolos huir, volviendo estas a reagruparse a la entrada de Málaga, en la zona de la ermita de Zamarrilla, donde de nuevo los franceses demostraron su superioridad arrasando cuanto encontraban, haciendo que, de nuevo, los malagueños tuvieran que volver a huir en dirección a la ciudad.

   Durante el primer encuentro en Teatinos, el coronel Cristóbal María Rubiou, que mandaba un escuadrón de caballería de ciento cincuenta hombres formado en junio de 1808, se vio atacado por tres puntos por fuerzas enemigas que los superaban por mucho, batiéndose con bravura, pero la superioridad se impuso y los franceses deshicieron el escuadrón y fueron a por el coronel, el cual a punto de ser apresado, se vio de pronto protegido por el sable de Salvador de ferradas, quien con un valor y un arrojo que causó verdadera admiración en el coronel, lo salvó sacándolo de allí y llevándolo a lugar seguro, no sin recibir heridas en los brazos.

Combate de Teatinos

   Según un testigo de los sucesos, un médico llamado Mendoza, en breves palabras sintetizó lo ocurrido, la impotencia sentida ante la precaria defensa de la ciudad y el espanto por los actos cometidos por los franceses: 

    «Esto no hace honor a un general conde del Imperio que saqueó también con su plana mayor y que trataba a este pueblo como tomado por asalto, beneficio debido a la malicia de los Sanmillanes y a la ignorancia de Abello, que pudo muy bien defenderlo y salvar las inmensas riquezas que en é había, mayormente en Tesorería y Parque de Artillería, y haber hecho una capitulación cuando las circunstancias no le hubieran ya permitido defenderse más sin comprometer al pueblo: pero ni hubo talento para calcular, ni valor para batirse, ni conocimiento para situar la tropa, ni hacer la defensa, ni nada absolutamente más que un espíritu de orgullo para lucir y hacer papel y de pillaje para robar indecentemente.»

   Otro individuo, el escribano Joaquín Schumaquer, también dejó escrito en breves palabras la tragedia que se desencadenó en Málaga la tarde y noche del cinco de febrero:

   «El saqueo, muertes y demás violencia que cometieron en este vecindario en la tarde y noche de su entrada, no podrá borrarse con facilidad de la memoria de los habitantes de esta ciudad.

   El que esto escribe asegura, por lo más sagrado de nuestra religión, que solo le dejaron la camisa que tenía puesta y que se llevaron los vándalos cuanto tenía y había adquirido en toda su vida»

   Bueno, pues siguiendo con Salvador de Ferradas, por su comportamiento durante los combates, fue ascendido en el mismo campo de combate al empleo de capitán «…en Nombre del Rey Dn. Ferndo. 7º…»

  Bueno, parece que nuestro hombre, Salvador, viendo la situación perdida, con la ciudad en manos de los franceses y antes de caer prisionero de estos, por orden de Abello salió de la ciudad dirigiéndose a la zona de Colmenar, donde estuvo recogiendo a todos los soldados y sargentos dispersos que halló, dándoles su propio dinero para que pasaran a San Roque a ponerse al servicio del general en jefe del ejército, acompañándolos él mismo.

   Pero su sorpresa fue mayúscula cuando al llegar a San Roque fue arrestado con la acusación de haber formado parte de la rebelión del coronel Abello, despojado de sus armas, de su caballo y de todo cuanto llevaba y conducido a la ciudad de Cádiz, donde por cierto también se había dirigido el coronel Abello y donde fue arrestado.

   Por el camino, que se hizo por mar  a bordo del navío Montañés, sufrió un naufragio del cual se salvó de milagro, continuando su camino hasta llegar a Cádiz, donde se le encerró en «…la ignominiosa casa de las quatro Torres de la Carraca…», siendo encerrado en un calabozo sin comunicación, escaso de luz y sin ninguna clase de asistencia, suministrándosele tan solo «…diez quartos y un pan de munición…» como único sustento y ello gracias a la generosidad del comandante del arsenal, que sino el pobre se nos muere por inanición.

Batería de Santa Lucía o Casa de las Cuatro Torres, donde estuvo Salvador preso.

   Estuvo en estas condiciones por espacio de un año, sin percibir auxilio económico de ninguna clase y en tan penosas condiciones, lo cual tuvo como consecuencia que enfermara y hubiera de ser trasladado al hospital de San Carlos, donde permaneció por espacio de cinco meses, en el transcurso de los cuales solicitó de oficiales y jefes que le vieron servir cartas de recomendación en las que se ponderase su honor y su completa dedicación a la causa nacional, a la patria, a la religión y al rey.

   Las cartas fueron dirigidas a los siguientes individuos:

- Cristóbal María Rubión, brigadier,

- Francisco Chaperón, coronel reformado del regimiento segundo de Dragones de Lusitania,

- Agustín Escobar, comandante del regimiento primero de La Lealtad

- Joaquín Valdina, Lorenzo García y Francisco Díaz Estrerque, capitanes del regimiento de Defensores de la Patria

- Cesáreo García, capitán del regimiento de Descubridores, interinamente agregado al regimiento segundo de Guadix de infantería de línea

- José Díaz de Paule, teniente del regimiento de La Lealtad

- Francisco España y Álvarez, capitán de la compañía de la Cruzada y

- Manuel Quijada de Guzmán, teniente coronel retirado agregado a la compañía de inválidos de la plaza de Tarifa.

   Todas estas recomendaciones acabaron el manos de Manuel Díaz Imbrechts, teniente del regimiento de infantería de Irlanda y secretario de la causa de Vicente Abello, quien las transfirió al fiscal de la causa del coronel Vicente Abello, Miguel Pérez Mozún, en la cual estaba incluido Salvador de Ferradas, determinando tras el estudio de todas las pruebas que Salvador era inocente de las acusaciones y que, por tanto, debía ser puesto en libertad, como así se llevó a efecto.

   Total, que tras diecisiete meses sufriendo una prisión injusta, vil e ignominiosa, en el transcurso de la mayor parte de los cuales estuvo ignorante de en qué podía haber delinquido para ser preso y encarcelado, una vez en libertad, se encontró con que

- había sido despojado de los empleos obtenidos de teniente y capitán y postergado en los ascensos que por antigüedad le hubieran correspondido durante esos meses antes de que fuese extinguido su regimiento,

- que de su caballo, armas y posesiones que le quitaron cuando fue hecho preso nada se sabía,

- que se encontraba sin un reconocimiento público de su inocencia para poder presentarse entre los de su clase, que le habían negado el saludo y su presencia entre ellos, y

- que se encontraba sin un destino y, por tanto, sin un sueldo para poder vivir.

   Indagando, averiguó que el fiscal dio parte de su situación a la Superioridad, negándose a socorrerlo, pero al ver el error, sin ningún pudor lo excluye dejándolo libre sin ningún cargo y sin ninguna explicación, diciendo, además, que Salvador serviría como ejemplo del castigo que reciben los incursos en esas causas, pidiendo, encima, que se sepa siempre su paradero para poder ser vigilada «…excrupulosamente su conducta…»

   En carta elevada a la regencia, se quejaba de que la situación en la que quedada era condenarlo ad eternum a no ascender en el escalafón militar, algo realmente doloroso después de dieciséis años de carrera militar cumplida con honor y obediencia, circunstancia que quedaba patente por los certificados que aportaba junto con la carta, lamentándose que se le impuso tan severa pena sin hacerle ningún cargo, sin realizar declaración, sin haber nombrado un defensor y sin ver los autos y se preguntaba si era posible que a tan alto grado llegara el desorden y la arbitrariedad en la justicia militar en España.

   Así pues, solicitaba a la Regencia que revisara su caso a partir de todas las pruebas que Salvador aportaba y que se impartiera justicia, restituyéndosele su honor y empleos, gozando los que debería haber gozado de haber continuado en el servicio y se le declarase buen servidor del rey y de la patria y que se hiciesen públicos las acciones por él realizadas contra el enemigo en el campo de batalla.

   Y por supuesto, que le devolvieran su caballo, armas y efectos que le fueron confiscados en San Roque por orden del general Pedro Agustín de Echevarri.

   Y por supuesto también, que se viera si el fiscal merecía algún castigo por sus actos.

   Lamentablemente no he encontrado en qué quedó la cosa, si fue restituido o no a la carrera militar en las condiciones que reclamaba o si la tuvo que abandonar, pues por más que he buscado no he hallado información que me lo revele.

   Pero tiempo al tiempo, que ya...

NOTAS: 

1- Plano del castillo (batería) de la Boca del Asno: Archivo General Militar de Madrid, Colección: SH — Signatura: MA-6/14

2- Combate en la ermita de Zamarrilla: 

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3- Batería de Santa Lucía o Casa de las Cuatro Torres: Atlas de fortificaciones de la Isla de León. 1814. Archivo General Militar de Madrid. Ubicación: PL — Signatura: AT-9 — Código de barras: 2133513

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