La construcción que se conserva actualmente, se realizó cerca de la
playa y vino determinada por la necesidad de proveer a la zona de una
edificación defensiva eficaz y adaptada a las innovaciones técnicas del
momento, pues la presencia de los barcos de la Armada británica, dotada una
potente artillería, aconsejaba la modernización de estos baluartes defensivos.
En base a esto, parece ser que se le encomendó su edificación a los ingenieros
militares Francisco de Gozar y José Grane, quienes entregaron la obra ya
finalizada en 1766.
Esta fortaleza, que es un magnífico ejemplo de arquitectura militar del
siglo XVIII, presenta un muro exterior perimetral elaborado con mampostería pesada,
maciza, realizada con piedras grandes situadas entre hileras de ladrillos, con
refuerzos de sillares en los ángulos y con dos grandes garitas con cuatro aspilleras
cada una, situadas una en el ángulo suroeste y la otra en el ángulo noreste.
Una serie de aspilleras se encuentran en las cuatro caras de la muralla, seis en cada cara y las dimensiones de esta son de 23,80 metros de largo las paredes este y oeste y de 27,75 las que dan al norte y al sur.
Por lo que al edificio se refiere, presenta unas dimensiones de 12,55 metros las paredes este y oeste y de 19,20 metros las paredes norte y sur, con una anchura del muro de 0,5 metros. La altura del edificio, pretil incluido, es de 5,15 metros, correspondiendo al pretil 1,00 metro.
La distancia entre el edificio y la muralla es de 4,97 metros y las garitas presentan unas dimensiones de 1,95 metros de diámetro interior y de 2,51 de diámetro exterior.
Así mismo, presenta la muralla dos puertas, la principal en la pared que mira al norte, con un portón de gruesos maderos y guarnecidos con fajas de hierro y un escudo en el dintel; la otra puerta es de menores dimensiones, en la pared sur, que es por donde en la actualidad se accede a la fortificación y que es de grandes y sencillos sillares rematada por un frontispicio con un escudo de España.
Rodeaba a la muralla un foso, del cual apenas queda vestigio alguno, y
en el espacio existente entre la muralla y el edificio, en el lado este, un
abrevadero. En el exterior hay una fuente en forma de alcubilla con salida de
agua a un abrevadero.
Tras traspasar esta puerta sur, pasamos al edificio a través de una puerta
de entrada fabricada con grandes
sillares y con una sencilla estructura neoclásica, rematada por un frontispicio, el escudo de Carlos III.
Una vez dentro, vemos que consta de dos salas que están separadas por un muro, con bóveda de medio cañón, de planta cuadrangular y fabricado todo a base de grandes piedras situadas entre hiladas de ladrillo, presentando reforzamiento de sillares en los ángulos.
Lo primero que nos encontramos es una sala alargada dirección este-oeste destinada a caballerizas y de suelo empedrado, que conserva los pesebres y bebederos de los caballos y otros équidos. En el extremo oeste de esta sala hay una puerta que da paso a la otra sala, en la cual se encuentra la escalera que sube a la azotea y la chimenea. Parece ser que estaba preparada para alojar a una guarnición de catorce individuos de caballería.
Una vez terminada su función militar y debido al importante incremento
del contrabando que se estaba produciendo en las playas de la zona, tras la
creación el nueve de marzo de 1829 del Real Cuerpo de Carabineros de Costas y
Fronteras para el resguardo de las rentas arancelarias y persecución del
contrabando y el fraude, pasó a ser cuartel de este nuevo cuerpo, perteneciente al distrito de la quinta
compañía de esta Comandancia.
Fue habilitado en
1872 como aduana para el
desembarque de la caña dulce, con autorización de la Aduana de Málaga y tras la disolución de
ese cuerpo el quince de marzo de 1940, paso a ser ocupado por la guardia civil,
que permaneció hasta el once de noviembre de 1978, cuando se construyó el nuevo
cuartel, quedando convertido en corral y trastero hasta su restauración en 1985
por parte de la consejería de cultura de la Junta de Andalucía.
En la actualidad, tras
la nueva restauración llevada a cabo en 1992, se halla esta fortaleza en
excelente estado de conservación, muy bien cuidada y en uso, siendo lugar de
cita cultural del pueblo, pues su interior se usa como sala de exposiciones,
presentaciones de libros, actos culturales del ayuntamiento, ...
Está reconocido como Bien de Interés Cultural en la categoría de monumento (BOE 26-6-1985) y como Bien de Interés Cultural en la categoría de zona arqueológica (BOJA 27-5-2009)
Un
suceso
Eran estas construcciones lugares, en mayor
o menor medida, de convivencia de personas y es normal que a lo largo de tantos
siglos hayan ocurrido en ellas o sus alrededores sucesos relacionados con sus
moradores, con independencia del aspecto estrictamente militar, y que
generalmente, al tratarse de lugares aislados, no revestían una gran
importancia o no tuvieron resonancia o que trascendieron pero no tuvieron eco
en la prensa o literatura o es que no he logrado encontrarlos, excepto uno,
ocurrido en el fuerte de Bezmiliana en 1910, que si tuvo eco en la prensa
nacional y que no me resisto a dejar de incluirlo en este artículo.
En los primeros días del mes de mayo de ese
1910, el cabo de carabineros Nicolás Gorjón resultó muy mal herido y su esposa
muerta, siendo autor de ambos hechos del carabinero Adrián Torrero, quien tras
perpetrar los crímenes huyó al monte, viviendo durante treinta y cuatro días de
lo que le daban caminantes ajenos a su delito.
A primeros de junio, escribió Torrero una
carta al periódico La Unión Mercantil relatándole los crímenes cometidos y
pidiendo socorro para su esposa, aparte de confesar que esa vida errante y
fugitiva le estaba matando.
No pudiendo soportarla más, Torrero se
presentó el nueve de junio ante el guarda jurado Juan Anaya, vigilante de la
finca Santa Cristina, a quien le narró todo lo sucedido y expresándole la
necesidad de entregarse a la justicia, aunque no tenía intención de hacerlo a
la fuerza armada, por lo cual el guarda Anaya le dijo que podía comunicarlo a
dos señores que realizarían las gestiones oportunas, logrando convencer al
carabinero Torrero.
De acuerdo con él, el vigilante fue a
Benagalbón a avisar al médico, José García Sáenz-Diente, y al alcalde del
pueblo, Francisco Castellano, quienes junto al secretario Juan Salazar y el
alcalde de Rincón de la Victoria, Antonio López, acudieron conducidos por el
guarda a donde Torrero, con un aspecto deplorable, esperaba, quien al verlos se sintió embargado
por la emoción, se deshizo de su arma de fuego y corrió a ponerse a disposición
de aquellas personas.
Tras su detención y conducción a prisión donde le tomaron confesión, declaró que durante el tiempo que anduvo fugitivo, alguna vez bajó a Rincón de la Victoria e incluso en una de las ocasiones se acercó al fuerte, encañonando a través de una de sus ventanas al cabo de la fuerza, pero se lo pensó mejor y se retiró.
Soldado Malagueño
Málaga - 2020
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