Nació
en Málaga, el diez de abril de 1901, hijo de Francisco Segalerva Mercado y de Josefa
Ruiz Molina.
Tuvo su entrada en el servicio en la Academia
de Infantería el siete de septiembre de 1919, saliendo con el empleo de alférez
el siguiente catorce de noviembre de 1921, siendo destinado regimiento de
Borbón nº 17.
El siete de junio de 1923 es destinado al
Grupo de Fuerzas Regulares indígenas Melilla nº 2 y en este destino tuvo su
bautismo de fuego en la corta pero dura batalla habida con el enemigo en Tizzi
Aza, donde fue herido.
El catorce de noviembre siguiente asciende
al empleo de teniente.
El veintidós de mayo de 1924 se le añaden a
su Medalla Militar de Marruecos dos aspas rojas de herido en campaña.
Pero donde nuestro Francisco alcanzó «fama
inmortal» fue en la toma de la posición de Kudia Tahar, el diez de septiembre
de 1925, donde cayó muerto y se forjó su leyenda.
El día diez de septiembre de 1925 la
compañía de nuestro Francisco formaba parte de la columna mandada por el
coronel Amado Balmes Alonso, siendo designada para marchar en vanguardia por la
ladera izquierda de un barranco de gran anchura, demasiada para la poca fuerza
que estaba avanzando por él, lo cual suponía un peligro. El nombre del
barranco: Dar Halea.
Al principio de la marcha, esta fue
tranquila y sin ninguna clase de incidentes a través del matorral y la arboleda
que poblaba la zona, tan tranquila que parecía como que el enemigo se
encontraba a mil leguas del lugar.
Al ser tan ancho el barranco, dificultaba
enormemente vigilar todos sus accidentes, de modo que a pesar de la sensación
de tranquilidad, nuestros hombres avanzaron cautelosamente, tanto que tan solo
recorrieron unos tres kilómetros en más de hora y media, mirando para todas
partes, pero en el momento menos esperado, desde las alturas de la laderas y
algunas cuevas, se inició un vivísimo fuego contra los soldados españoles, ante
lo cual la columna frenó en seco buscando donde ponerse a cubierto, siendo bastante
difícil determinar con exactitud de donde procedía tan nutrido fuego y con el
peligro de que el enemigo les sorprendiera también por la retaguardia, convirtiéndose aquello en una ratonera.
En ese momento, el capitán de la compañía de
nuestro Francisco, que se hallaba en la vanguardia de las fuerzas españolas,
tomó dos secciones de la misma, una la de Francisco, y con ellas realizó un
avance hacia unas trincheras rifeñas que se hallaban bastante próximas a ellos,
con la idea de tomarlas al asalto, ocuparlas y establecer en ellas una base
desde la cual proteger el avance de la columna.
Como se puede imaginar, el asalto fue
peligrosísimo, pues el enemigo avanzó por el flanco izquierdo español con la
intención de envolverle y aniquilarlo, pero nuestro Francisco Segalerva se dio
cuenta de la movida y sin dudarlo ni un segundo, se lanzó seguido de su sección
a impedirlo, a pesar de su manifiesta inferioridad numérica, lo cual no fue
óbice para lanzarse al ataque.
Desde luego fue una temeridad, pues pronto
se vio dominado por los rifeños, comprometiendo la situación de asalto, pues no
solo se corría el riesgo de que la sección fuera aniquilada por el fuego
enemigo, sino que, además, iba a aislar al resto de los hombres del resto de la
columna.
Cuando el capitán ordenó, ya a la
desesperada y a cara de perro avanzar a ver qué se podía hacer, vio con gran
asombro como la sección de Francisco Segalerva, con él al frente, y a pesar de
su inferioridad numérica y lo accidentado del terreno, se lanzaba hacia la
posición enemiga con granadas de mano a ocupar la posición, lo que al final
lograron, desalojando a los rifeños, aunque antes de que eso ocurriera, un
certero disparo en la cabeza lo había tumbado.
Tras ocupar la trinchera, profunda, de gran
longitud muy difícil de ver desde la posición que en un primer momento se
hallaban los españoles, se recogieron los cuerpos de los heridos y muertos,
ocupándose el capitán personalmente del teniente Segalerva, procediendo a su
cura y a preguntarle por sus últimas palabras, las cuales, siempre según el
capitán, fueron:
«Muero,
pero muero por España»
Tras
lo que al momento perdió el conocimiento, falleciendo muy pocos instantes
después.
El día diez de septiembre de 1925 la
compañía de nuestro Francisco formaba parte de la columna mandada por el
coronel Amado Balmes Alonso, siendo designada para marchar en vanguardia por la
ladera izquierda de un barranco de gran anchura, demasiada para la poca fuerza
que estaba avanzando por él, lo cual suponía un peligro. El nombre del
barranco: Dar Halea.
Al principio de la marcha, esta fue
tranquila y sin ninguna clase de incidentes a través del matorral y la arboleda
que poblaba la zona, tan tranquila que parecía como que el enemigo se
encontraba a mil leguas del lugar.
Al ser tan ancho el barranco, dificultaba
enormemente vigilar todos sus accidentes, de modo que a pesar de la sensación
de tranquilidad, nuestros hombres avanzaron cautelosamente, tanto que tan solo
recorrieron unos tres kilómetros en más de hora y media, mirando para todas
partes, pero en el momento menos esperado, desde las alturas de la laderas y
algunas cuevas, se inició un vivísimo fuego contra los soldados españoles, ante
lo cual la columna frenó en seco buscando donde ponerse a cubierto, siendo bastante
difícil determinar con exactitud de donde procedía tan nutrido fuego y con el
peligro de que el enemigo les sorprendiera también por la retaguardia, convirtiéndose aquello en una ratonera.
En ese momento, el capitán de la compañía de
nuestro Francisco, que se hallaba en la vanguardia de las fuerzas españolas,
tomó dos secciones de la misma, una la de Francisco, y con ellas realizó un
avance hacia unas trincheras rifeñas que se hallaban bastante próximas a ellos,
con la idea de tomarlas al asalto, ocuparlas y establecer en ellas una base
desde la cual proteger el avance de la columna.
Como se puede imaginar, el asalto fue
peligrosísimo, pues el enemigo avanzó por el flanco izquierdo español con la
intención de envolverle y aniquilarlo, pero nuestro Francisco Segalerva se dio
cuenta de la movida y sin dudarlo ni un segundo, se lanzó seguido de su sección
a impedirlo, a pesar de su manifiesta inferioridad numérica, lo cual no fue
óbice para lanzarse al ataque.
Desde luego fue una temeridad, pues pronto
se vio dominado por los rifeños, comprometiendo la situación de asalto, pues no
solo se corría el riesgo de que la sección fuera aniquilada por el fuego
enemigo, sino que, además, iba a aislar al resto de los hombres del resto de la
columna.
Cuando el capitán ordenó, ya a la
desesperada y a cara de perro avanzar a ver qué se podía hacer, vio con gran
asombro como la sección de Francisco Segalerva, con él al frente, y a pesar de
su inferioridad numérica y lo accidentado del terreno, se lanzaba hacia la
posición enemiga con granadas de mano a ocupar la posición, lo que al final
lograron, desalojando a los rifeños, aunque antes de que eso ocurriera, un
certero disparo en la cabeza lo había tumbado.
Tras ocupar la trinchera, profunda, de gran
longitud muy difícil de ver desde la posición que en un primer momento se
hallaban los españoles, se recogieron los cuerpos de los heridos y muertos,
ocupándose el capitán personalmente del teniente Segalerva, procediendo a su
cura y a preguntarle por sus últimas palabras, las cuales, siempre según el
capitán, fueron:
«Muero, pero muero por España»
Tras lo que al momento perdió el conocimiento, falleciendo muy pocos instantes después.
El seis de julio de 1928, tuvo lugar el inicio del juicio contradictorio para ver si era acreedor a la Laureada de San Fernando, siéndole concedida por Real decreto de catorce de julio de ese mismo año.
Soldado Malagueño
Málaga - 2024
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