Tras
esto, y mientras el Rey le recompensaba, se le dio provisionalmente la Subinspección y la Ayudantía Mayor del
Batallón de Pardos del Partido de Natá.
A continuación se puede leer el diario y
otros documentos relativos a la expedición a través del Itsmo:
Para el relato de su expedición de Carolina, en el atlántico, hasta
Puerto del Príncipe, en el Pacífico, al no haberlo encontrado aun en español,
he usado el que existe en inglés, el cual he traducido -libremente- usando el
traductor de Google y mis escasos conocimientos de inglés, creo que respetando
bastante el texto original. Para la relación del viaje de vuelta, he usado el
original en español.
Diario
y Relación de la ruta que he seguido en el cruce del istmo de Darien, de norte
a sur
Domingo 2 del presente mes.
Partí de Carolina a las
seis de la mañana, acompañado por el indio suspani, el Jefe del puebl de
Sucubti y dos de sus compañeros, con el lingüista ¿Pío quinto?, comenzando la
jornada siguiendo hasta las aguas del Aglatomate, con muchos y repetidos
cruces, hasta que llegamos cerca de la cordillera, donde los Indios de Chueti
tienen una pequeña casa, como menciono en mi primer viaje de 22 de enero, y que
sirve como una posada a los indios antes mencionados y a los de Sucubti, que son
los comerciantes habituales de Carolina por este camino.
Desde Carolina hasta
este lugar, la distancia es de dos leguas y media, poco más o menos; al llegar
a un lugar que ellos llaman las Dos Bocas, es necesario seguir por el camino de
la margen derecha, que en la estación seca, es bastante se secó, y el más
conocido en este lugar,donde uno va a parar a un cobertizo indio cubierto con
hojas de plátano, y a poca distancia de este, en la línea de la Cordillera, se
puede ver una colina más pequeña que las de la derecha. Aquí se encontrará agua
en esta parte del río, el cual tiene en algunos lugares un fondo de arena, y en
otros de conchas, mientras que más arriba hay piedras y guijarros.
Teniendo cuidado,
después de reconocer esas marcas, de mantener a la derecha el río, el camino o
sendero que conduce al anteriormente mencionado cobertizo, el cual se halla a
tres o cuatro leguas del río; de allí el camino por la Cordillera va de norte a
sur, no se puede perder, ya que, después de haber cruzado tres o cuatro
pequeños riachuelos, o más bien que cruza el mismo tres o cuatro veces, [yendo]
con un poco de cuidado se encuentra una orilla quebrada a mano derecha; aquí es
donde comienza el camino por la cordillera, y es tan amplio y plano como si
hubiera sido hecho por nuestro pueblo (españoles); el ascenso en conjunto es
bastante empinado y a mitad de camino el tronco caído de un árbol detiene la
marcha.
Desde este lugar se
puede apreciar la mar y Carolina.
Siguiendo el camino de
la derecha -el de la izquierda conduce a Chueti-, se cruza la montaña, el
descenso de las cuales, por la otra ladera, es más gradual y en pendiente; al
pie de la cual el río Forti se une con el Sucubti. Siguiendo el Sucubti hacia
abajo, hacia el sur, después de dos o tres horas de camino en buen estado,
hallamos una pequeña cabaña y [una zona de platanos]; en media hora hay otra a
mano derecha y una hora más tarde encontramos una tercera a la izquierda.
Un cuarto de legua más
abajo en el margen izquierdo se encontró otra [cabaña] más grande que el resto,
que es de Ignacio, el hermano mayor de Urruchurchu, y la misma en la que me
recibió cuando realicé mi primer viaje en enero. En esta casa me detuve a
descansar, habiendo llegado sobre dos de la noche y después de descansar un
rato, continué por un camino que se encuentra en la parte posterior de la
misma, ascendiendo el camino por una montaña.
No tiene pérdida, pues
es muy transitado, y descendí de nuevo al río, que tiene aquí muchas rocas.
Teniendo cuidado de no perder de vista el río, se vio en primer lugar un indio
y una cabaña, luego otro y luego el pueblo de Sucubti, donde vive Urruchurchu.
Este pueblo se compone de seis casas juntas, las mencionadas anteriormente y
dos o tres más pequeñas más abajo y puede tener unos treinta indios capaces de
llevar armas, un poco más de mujeres y sesenta niños.
Lunes, día 3.
Me detuve en este
pueblo durante todo el día, mientras Urruchurchu preparaba la continuación de
nuestro viaje.
Martes, día 4.
Empecé al amanecer,
acompañado por el capitán y dos de sus indios, siguiendo hasta el río por la
ribera a través de un bosque abierto, alrededor de las diez de la mañana y
después de haber recorrido dos leguas, dejamos el río por completo, siguiendo
un camino a la izquierda.
Todo el resto de este
día caminamos por un bosque más elevado y abierto. Aquí cazan los indios
sucubti, con caza en abundancia de todo tipo. Nos detuvimos en un riachuelo que
tenía apenas el agua suficiente para satisfacer nuestra sed.
Miércoles 5.
Proseguimos nuestro
viaje a través del mismo bosque a las diez y de nuevo se encontró con la tribu
Sucubti, en el lugar donde los indios atacaron al Teniente del Batallón Fijo de
Panamá, y herido a su guía.
Tan pronto como
llegamos a este lugar, me dijo Urruchurchu que no podríamos continuar hasta que
unos indios vinieran con sus canoas para que nos llevaran hacia abajo una corta
distancia, hasta el camino que los españoles habían abierto (llamado el Camino
de Ariza)
Estuvimos
esperando esas canoas hasta el jueves día 6, cuando llegaron cuatro
[canoas] con ocho indios que supe estaban aliados con el rebelde Chucunas y que
no eran de los que habían entrado en la paz con nosotros, siempre atentos a
atacar a cualquiera de nuestra gente que pudiera perderse en el monte desde el
establecimiento de Puerto Príncipe.
Los indios antes
mencionados me preguntaron muchas cosas, algunas con malignidad y se
manifestaron opuestos a la apertura de la carretera, diciendo que no
permitirían tropas que marcharan por su territorio, y que en cuanto a la
comunicación que deseábamos con Puerto Príncipe que ellos mismos serían los que
llevarían nuestros despachos y todo lo que quisiéramos; que deseaban estar en
paz con nosotros, pero a condición de que nos quedáramos en nuestro país y
ellos en el suyo, a todo lo que asentí con el fin de que me dejaran continuar
mi viaje, tras lo cual se mostraron satisfechos y Urruchurchu les hizo un
presente de algunas cosas que su Excelencia le dio en Cartagena y que
prudentemente había traído con él para el propósito.
Este día, a las 10
horas, nos embarcamos en el río, y cerca de dos leguas más abajo hicimos alto,
en el camino que ellos llaman de Ariza.
Viernes 7.
En la madrugada se
continuó a lo largo del camino abierta por los españoles y después de caminar
tres horas cruzamos el río Chucuna por un puente y llegamos a la isla donde
estaba acampado Don Luis de la Carrara.
Aquí encontramos caminos y cobertizos
construidos últimamente (rancherías) de los Chucunas, lo que alarmó a
Urruchurchu y se presentó ante ellos, y para conducirme de la manera más segura
continué a una buena distancia por detrás, hasta que pasé a la otra orilla de
este río, últimamente llamado La Paz.
En este lugar los otros
indios nos dejaron [tranquilos], no considerándonos un peligro, aunqu
Continué entonces con
Urruchurchu y a las cinco de la tarde tuve la dicha de llegar a Puerto
Principe, cuando el citado Suspani (alias Urruchurchu) aconsejó que debíamos
volver por el río Sabanas, Chuounaqua y Jubganti, que parte de pueblo de
Chueti, a la distancia de un corto día de camino de Carolina, plan que le
pareció bien al [Comandante] D. Andrés de Ariza, Gobernador del Darién, quien
lo consideró atentamente.
Realicé mi vuelta de
regreso por la ruta mencionada, y fueron dos días de camino a Yavisa, pues lo
hicimos cuando la marea lo permitió. En esta ciudad permanecí todo el día 12
para conseguir una canoa y continuar mi viaje y a las nueve de la noche
empezamos, pero Urruchurchu me informó que el gobernador me había escrito para
decirme que dos indios habían llegado cerca de Puerto Príncipe persiguiéndome,
preocupándose mucho, diciendo que esos eran Chucunas que nos habían seguido y
que él estaba seguro de que cuando vieron la manera en que había venido, irían
a reunirse con malas intenciones contra nosotros en la boca de Jubganti. En
esto, previendo el peligro, decidí volver y envié capitán Suspani a Carolina
con los despachos que llevaba, lo que le satisfizo, ya que no quiere que
ninguna desgracia nos ocurra a ninguno de nosotros, no sea que la culpa recaiga
sobre él a pesar de sus buenas intenciones.
Manuel de Milla de
Santa Ella.
Yavisa 13 de marzo,
1788.
El Hoplita Malagueño
Málaga 2016
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