Francisco González era un joven alt0 y de buenas hechura que
nació en la ciudad de Málaga en 1833 o 1834. Viviendo en una ciudad marinera
como Málaga, nada tiene de extraño que al ser llamado a filas, o quizás ingresara
en el ejército de forma voluntaria, fue destinado a prestar sus servicios en la
Armada,
No sé a dónde le
enviarían a realizar el periodo de instrucción, lo que sí sé es que para 1855
se hallaba en clase de grumete a bordo de la corbeta de la Real Armada llamada Ferrolana,
dotada con treinta cañones: dos bomberos de 68 libras, veintiocho de 32 libras,
uno de 12 y otro de 4. Medía la corbeta 48,46 metros de eslora, 13 de manga y 6
de puntal y había sido botada en el arsenal de El Ferrol el veinte de febrero
de 1848.
No tengo documento
que me lo confirme, pero parece probable que el año de 1855 pasara con su barco
a las Antillas, a Cuba, donde como suceso digno de mención, citar el disparo de
cañón que el comandante del barco ordenó hacer en el mes de abril contra el vapor-correo
estadounidense El Dorado, al haberse
acercado este a diez millas del cabo San Antonio sin haber atendido a las
señales de la corbeta para que se detuviese para inspección de rutina, pues había
sospechas de que transportaba filibusteros.
En este caso,
parece ser que se refiere a grupos organizados que iniciaban guerras como
ejércitos privados, sin contar con el permiso de un gobierno legítimo.
Este hecho provocó que
el Senado de Estados Unidos enviara instrucciones al comodoro y comandante de
la escuadra guarda-costas de la marina de este país Charles Stewart McCauley, para
que se opusiese desde entonces en adelante y con la fuerza si fuese necesario
al derecho que, según ellos, se arrogaba de forma indebida el gobierno español
de visitar los buques norteamericanos que bogaban en plena mar, aunque fuera en
las inmediaciones de la isla de Cuba. El secretario de Estado dio
inmediatamente conocimiento de estas resoluciones a las autoridades españolas.
El siguiente suceso reseñable de ese año, fue que ante los atentados que se estaban cometiendo contra las haciendas y las vidas de españoles residentes en México y hacer las necesarias reclamaciones, el capitán general de Cuba, a primeros de setiembre, ordenó que sin pérdida de tiempo saliesen con destino a Veracruz los vapores Don Antonio de Ulloa -armado con seis cañones- y Blasco de Garay -armado igualmente con seis cañones-, acompañados por la corbeta Ferrolana, con el objeto de reclamar el cese de las hostilidades contra los españoles y se reconociesen las deudas y obligaciones del estado mexicano para con aquellos. Estas reclamaciones eran apoyadas por cuarenta y dos cañones.
Desconozco si la
tripulación de la Ferrolana o algunos de
sus miembros bajaron a tierra o si una delegación mexicana subió a bordo, pero
el caso es que entre septiembre y diciembre, realizando travesía de La Habana a
Veracruz, se produjo a bordo una epidemia de fiebre amarilla.
El veintiocho de abril de 1856, el bergantín
de guerra francés Laperouse, el cual
había sido completamente empavesado, largó ciento un cañonazos en saludo por el
nacimiento del príncipe imperial francés. A estos cañonazos correspondieron de
inmediato y como saludo de cortesía la corbeta Ferrolana, donde tenía su insignia el comandante general del
apostadero, quien había andado izar bandera en los topes y el pabellón francés
en el palo trinquete. Lo mismo hicieron en la fragata Perla y en la plaza
habanera se realizó también una salva de veintiún cañonazos.
Esa noche, el
cónsul dio un gran baile en su casa, al que, entre otros, asistió el capitán
general de la isla.
No sé si de aquellos barros estos lodos -refiriéndome
a la epidemia de fiebre amarilla de finales del año anterior-, el caso es que
nuestro malagueño Francisco se presentó el veintitrés de julio de ese año de
1856 en el hospital habanero de San Francisco, aquejado de fiebre catarral, la
una vez ingresado duró muchos días y a la que acompañaban síntomas de gran
irritación bronquial que se había comunicado al parénquima pulmonar, haciéndose
crónica. Fue atendido por el médico José de Erostarbe y Bucet, segundo médico
del Cuerpo de Sanidad de la Armada.
Para no cansar a
mis posibles lectores, resumiré diciendo que el malagueño Antonio González, grumete
de la corbeta Ferrolana, se puso mal,
muy mal, temiéndose seriamente por su vida, la cual estuvo en un tris de
perder, apareciendo todos los síntomas del último periodo de la tisis, frente a
lo que de nada servían los calmantes, pectorales, fumigaciones de yodo y
revulsivos administrados.
Lo único que
soportaba su débil y consumido cuerpo y que parecía irle bien, era el aceite de
hígado de bacalao, observando el médico cómo gracias a este medicamento iba
nuestro joven grumete mejorando día a día, tanto que, por fin, el quince de
octubre, gracias a la notable mejoría experimentada, fue llevado a un barco que
le transportó a su Málaga natal, siendo, eso sí, bien surtido por el Dr. Belot del
suficiente aceite de hígado de bacalao para el viaje y primeros días de
estancia en España.
Desgraciadamente,
ya aquí le perdemos la pista a nuestro joven grumete. Espero que sanara o que,
en el peor de los casos, se le convirtiera su dolencia en una enfermedad
crónica.
Para aquellos que no
lo sepan, el aceite de hígado de bacalao -oleum
morrhuae- es un aceite extraído del hígado del bacalao del Atlántico -Gadus morhua- y está considerado como
un suplemento nutricional gracias a su alto contenido en ácidos grasos omega 3
y que, entre otras cosas, sirve para aliviar el dolor, el malestar e incluso la
rigidez articular asociada a enfermedades óseas tales como la artritis.
Evidentemente,
también sirvió para que nuestro malagueño mejorara de forma sobresaliente y
pudiera volver a su patria chica.
Málaga - 2022
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